Durante la mayor parte de mi vida he estado fascinado con aprender otros idiomas. Recuerdo estar un poco entusiasmados con la posibilidad de estudiar una lengua en la escuela secundaria, pero el resultado final fue una gran decepción.
En dos años de estudio apenas sabíamos nada inescrutables acerca de cómo hablar otra legua, habíamos hecho poco más que cubrir lo básico y finalmente fuimos capaces de construir alguna que otra frase tan vertiginosas como «Voy a ir al cine.» en contraposición a la mucho más simple «Voy al cine». En este punto me pregunté si yo no estaba destinado a aprender otro idioma.
En la universidad decidí estudiar alemán y aprendí más en un semestre de ese lenguaje, que todo lo que nos habían enseñado durante toda la secundaria. De hecho sentí reforzada la esperanza de que algún día seria bilingüe. El tiempo pasó y decidí que tenía que debía aprender un idioma que no sea el mío, pero que llegara a dominarlo como el nativo de nacimiento. Elegí el inglés por varias razones. La razón principal, es por su salida y versatilidad internacional, ya que muchos países lo utilizan como segunda lengua.
En todo este proceso de aprendizaje hay un montón de factores interesantes que nos ayudaran a realizar el proceso de manera fácil y ordena, cómo aprender y cómo la gente en general lo aprende. Durante gran parte del tiempo, la tarea que más esfuerzo nos va a llevar es la de memorizar, ya sea pronunciación o palabras reales de vocabulario. En aras de la brevedad, sólo voy a decir que el concepto reside en la práctica y la repetición, hasta que salga de forma natural reforzando la memoria cada día durante 30 minutos.