Cuando se habla de la formación universitaria se dice que es una formación integral y liberadora, en la cual la formación debe estar acompañada con una sólida formación cultural, ambiental, crítica, creadora, inventora y sociopolítica. Donde las persona no solo puedan auto desarrollarse, es necesario replantearse el mejoramiento de la calidad de la enseñanza y del aprendizaje, así como la función de la Universidad, tanto en la formación total liberadora (educación), la creación intelectual (investigación) y la vinculación social (extensión).
El caminar por la universidad debería ser un proceso de aprendizaje significativo y lleno de sentido. Conceptos, hechos, ejemplos, teorías, estrategias de aprendizaje independiente, competencias profesionales entre otros, en definitiva todo aquello que sea útil para toda una vida personal y profesional, cosa que ocurre cuando se aprende a instruirse y también a desaprender.
Nos referimos a una orientación profunda del aprendizaje que aspire a algo más que el rendir cuentas el día del examen. Y aunque lo dicho parece obvio, no es suficiente. Nunca fue favorito un doctor, un constructor o un maestro con muy buenas aptitudes profesionales pero con poca visión moral, tanto en el desarrollo de la profesión como delante de los problemas de la comunidad.
El conocimiento propio de la educación universitaria necesita ser utilizado bajo principios éticos que ayuden a consolidar la moralidad del estudiante. El conocimiento de la misma universidad, debería ser además el aprendizaje nuestro, la construcción de una identidad honesta. El aprendizaje universitario no debería ser la formación de un doctor, constructor o cualquier maestro, sino la formación profesional con mucha moral.
Se debe recordar que al tener más títulos académicos para un desarrollo de saberes no nos hace más humanos, el problema real es el sentimiento social y educativo de total participación de cada uno de los educadores.